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jueves, 1 de junio de 2017

El BonIcer - Parte 1 de 2


Hace tiempo quise retratar a personajes urbanos que por alguna razón forman parte del folclore local. Aquí escribí sobre un vendedor de BonIce que era diferente al resto. En estos testimonios -de gente que dice haberlo conocido- hay mitos, chismes, leyendas, verdades y ficciones.

…Yo lo conocí. Creo que se llamaba Alberto o Filiberto, no sé, pero todo el mundo le decía don Beto; al menos hasta que se volvió todo un personaje. Recuerdo que me lo topaba en las tardes, en la parada de la esquina y a veces se ponía a platicar conmigo en lo que llegaba el camión. Eso era como a las cinco. Yo regresaba casi a las nueve de la noche, y lo veía desde la ventana: sentado en la banquita de la parada, semidormido y apoyando el brazo en su hielera, esperando el último camión…

...¿A don Roberto? claro que lo conocí. Era un señor a toda madre, bien chambeador que llegaba aquí con los voceadores desde las diez de la mañana y se iba hasta la noche. Empezó al lado de donde ponemos los periódicos, con su uniforme de payaso, su madre donde metía los sabalitos esos, y una campanita que hacía sonar tan cagante, que hasta daban ganas de metérsela por el culo. Como que la venta estaba muy baja y se le ocurrió treparse a los camiones. Daba risa ver como se paraba el camión y se subía a huevo y a huevo lo bajaban, o nomas lo mandaban a la chingada y ya. Esos chofies de la ruta  son bien mamones. Quien sabe cómo le hizo pero de repe lo dejaron subir.  Creo que ahí empezó todo, ahí la gente le empezó a agarrar cariño. ¿Ya le dije que era a toda madre?...

…Al Bonaizer claro, todos los de la ruta éramos camaradas de ese wey. Se llamaba Humberto. Me acuerdo que al principio le cerrábamos la puerta en la cara, o si se lograba subir lo bajábamos o ya ni nos deteníamos  cuando nos hacía la parada. Eso fue porque desde la central nos traían a puro pan y verga y teníamos prohibidísimo subir a cualquier cabrón que no fuera pasaje. Un día, ya sabe la calor, le abrí la puerta pa comprarle un bonice y me lo regaló. Desde esa vez lo subía y me regalaba uno, a veces se quedaba conmigo y platicábamos a toda madre...

…Era un señor muy chistoso. Pobresito, lo vestían como pingüinito y a mí me daba mucha risa cuando cantaba. Todos le compraban.  Hacía chistes y decía frases muy pegajosas. Se presentaba como si fuera un mago y a cada niño nos decía cosas, y cantaba canciones de los sabores. A veces cuando mami no tenía para comprarme uno, el me lo regalaba pero quería que le sonriera. Yo le pregunte su nombre Dime Bonaizer mija. Cuando acompañaba a mami a la tienda  y lo veía esperando el camión le decía adiós. ¡ Adiós Bonaizer! y el hacía un saludo como si fuera soldado…

…Estaba muy cabrón, al principio la gente se sacó de onda como diciendo, y este pendejo que quiere vestido así, y claro, era como para burlarse porque los traían vestidos de payasos o vaya uste a saber de qué, pero daba hasta pena ajena verlo. Pero a la gente se le olvidaba eso cuando empezaba a hablar y los convencía; aparte de que la llevaba de gane con el calorón, les hablaba como si estuviera vendiendo cualquier cosa menos bonice y le compraban.  No creo que la compañía le haya echo aprenderse cancioncitas tan pendejas como las que se aventaba, pero a los niños parecía gustarles. A los chavos los weyaba, a los señores les hablaba como si fueran conocidos de muchos años, a las viejas las piropeaba pero sin faltarles al respeto, y con los ancianitos se portaba amable, y hasta evidenciaba a los cabrones que no cedían lugar de poco hombres e hijos de la chingada. Le dijeron de muchas formas, pero apodos gachos, humillantes, hasta que se los ganó y el único apodo que le quedó fue el del Bonaizer…

…Heriberto cuando llegó era de los más flojitos. Era gente estudiada que casi arma una revolución pero lo pusimos en cintura. No lo corrimos porque en ese tiempo nos hacía falta gente que fuera buena para la venta, y desde las primeras entrevistas, dio chispazos de conocer este business. Luego de tres semanas sus ventas empezaron a subir. No sólo vendía los de cajón sino que hasta llegaba a mediodía con la hielera vacía exigiendo más. Claro que se los dábamos, y llegó un momento en que vendía más que todos los de la zonita 51 juntos...

…De un día pa otro llegó con una señora hielerota y nos pedía que se la cuidáramos. Cargaba con una hielera más chavita y la atascaba de sabalitos y se lanzaba a los camiones. Casi cada media hora llegaba por más y volvía a lo mismo. Empezó a vender a lo pendejo, ya pa esos tiempos la gente le decía el Bonaizer…

…y eso era a diario, se subía a la unidad, vendía, se bajaba, cruzaba la calle, se subía a otra unidad y lo mismo hasta las once de la noche que pasaba el último camión que lo llevaba hasta su casa…

…Era gran esposo y un buen padre. Al principio trabajaba con su papá en un despacho jurídico y nos iba bastante bien. Tenía el futuro arreglado con su papá, pero una vez me confesó que el no había nacido para estar atrapado entre cuatro paredes, sentado ocho horas en un escritorio que dijera su nombre. A pesar de que no le gustaba su trabajo eso nunca transformo su buen humor. A los niños y a mí nos quería igual pero de diferente manera. Con los niños era muy cariñoso: a Betito el mayor, siempre le ayudaba con la tarea de la escuela y lo aconsejaba hablándole como a un amigo, a mija la trataba como princesa. Conmigo ni hablar, era detallista, sin vicios, comprensivo, caballeroso, juguetón, amable, de esos hombres que no existen. Un día lo vi más feliz que de costumbre y me dijo que había renunciado a su empleo pero que no me preocupara, que todo estaría bien. Luego de una semana sabática empezó a buscar trabajo. No le daban y no le daban. Yo le decía a Heriberto que regresará con su papá, que era trabajo seguro y buena paga, pero me ignoraba y se la pasaba repartiendo currículos por todos lados, yendo a entrevistas. Ni le preguntaba cómo le había ido, pa que si con verlo a los ojos me daba cuenta que nomas no había conseguido nada. Empezaron a llegar las cartas amenazantes, la cortada de los servicios  y las deudas se seguían acumulando. Un día llegó vestido todo de azul y rosa, con una gorra de pingüino y una hielerita. Es que ahora voy a vender bonice- me dijo-…

…Ese señor era otro pedo. Aquí en los pollos le prestábamos el baño y de vez en cuando lo invitábamos a comer. Te aventabas un cura cuando lo escuchabas hablar, nombre, te cagabas de la risa con todas las mamadas que sacaba. Nos acostumbramos tanto a él, que hasta se sentía otro ambiente los días que no caía al negocio...

...Hace mucho, vino aquí a la estética a que le cortara el cabello. Era un sábado creo, tenía mucha gente y le dije que no lo podía atender. Al día siguiente vino, exactamente cuando estaba por aplicar un tinte. Le di una tarjeta y le dije que mejor otro día, que llamara primero para sacar una cita. Nomás se fue y en seguida que suena el teléfono. Reconocí su voz y cuando voltee hacia la calle lo vi en el teléfono público que estaba afuera en la banqueta. Qué tal buenas tardes, llamo para ver si me puedes hacer un espacio en tu agenda de mañana como a eso de la seis de la tarde, ¿se puede?, ok gracias, hasta mañana entonces...

…No entendía porque le hacían tanto pedo. Para mí era otro pendejo que vendía los bonice que sabían de la verga. Hasta llegué a pensar que la colonia en que vivía había pura pinche chusma que se sorprendía con cualquier cosa. Pero me tocó presenciar una de sus tantas aventuritas. Venía del trabajo y justo antes de que llegará a la colonia que se sube el tipejo este. Empezó con sus faramallas pero se detuvo cuando vio que una viejita le había timbrado al camión, y este no se detenía. Bajan-gritó el Bonaizer,-  Aquí no es parada –le contestó el chofer, -Pero la señora ya tiene rato que te esta haciendo la  parada,  –Tu cállate pinche payaso, o te bajo a la chingada,  – Que te pares, de perdido para el camión si ya no puedes parar otra cosa, –Que dijistes?, - Uuuuu, aparte de pelón y viejo también sordo. Y que frena en seco el chofer. Todos estábamos muertos de la risa. La viejita aprovechó la parada del camión para bajarse. El chofer que se para de su lugar y le dice que se  baje.- Bájame cabrón. El Bonaizer que se quita su hielera y se le cuadra. Se me hace que lo vio muy decidido porque el chofer se arrugó, dio el típico pasito para atrás y le dijo que no lo obligara a bajarlo a la fuerza aquí en frente de todos. - Cómo ven público presente -dijo el Bonaizer-¿quieren que me bajé?. Todos gritamos que no. -Quieren que le parta su madre a este pelón. Coreamos un sí. -Mira wey, si no te gusta tu jale ese es muy tu pedo, pero a ti te pagan por subirte a un camión y dar vueltas como pendejo, cuando la gente te hace la parada te paras, tan fácil como eso, así que si no quieres que te meta la putisa de tu vida, mejor dale y déjate de chingaderas. El chofer se dio la media vuelta y puso en marcha el camión. Ya no supe que más pasó porque desgraciadamente tenía que bajarme…

…poco a poco salimos de las deudas y tuvimos una buena racha. Me acuerdo que los niños llegaban de la escuela y lo primero que hacían era correr a comerse los bonice que su papá les había dejado en el refri. Heriberto llegaba tarde y cansado. A diario se levantaba muy temprano y no lo volvía a ver hasta la noche. Llegaba con los pies hinchados y medio tono más negro de cómo se había ido, pero ese trabajo le gustaba y creo que hasta era feliz. Me platicaba de lo que le había pasado en el día mientras le preparaba algo de comer. A veces ni cenaba porque se me quedaba dormido…

…Era el primero en llegar y el que más se abastecía de bonice. Le empezaron a tener envidia sus compañeros pues el solo pedía casi la misma cantidad que todos juntos, y siempre se sacaba el bono por ser el de mayor ventas. No le importaba lo que le dijeran los otros, al fin y al cabo, a la hora de reportar los vendidos, con decir el puro número les cerraba la boca a todos…

…Al pobre sólo le habían dado un cambio de uniforme y se lo lavaba a diario. Se le rompió varias veces pero se lo remendaba, hasta que una vez llegó con el pantalón echos añicos. Según él había escapado a una persecución de perros,  pero aún así le había tocado uno que otro tarascaso. Se lo remendé como pude y le dije que pidiera otro. Se tardaron como una semana en darle uno nuevo, y el que le dieron era más feo que el anterior, y de una tela más corriente. Cuando se lo eche a lavar  se le encogió. El pantalón le quedaba como pesquero y la playera parecía de esas blusas ombligueras. Aun así se lo ponía hasta que se mandó hacer el suyo y otros dos cambios…

…Un día se presentó igual de temprano que siempre, y me dijo que si no tenía otro uniforme que le pudiera dar. Si hubiera tenido  se lo hubiera dado, pero no había quedado ni uno sólo y además estábamos cambiando de concepto, y ya iban a llegar los nuevos modelos. Eso fue lo que le dije, que con los nuevos sabores de kiwi y mango picosito les íbamos a dar nuevos uniformes, pero que esperara una semana o tal vez dos a que estuvieran listos. En cuanto nos llegaron él fue el primero en recibir el suyo. La siguiente mañana llegó con el pantalón y la playera encogida; me pedía otro, o bien, que le diera licencia para mandarse a hacer el suyo…

Continuará

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